666, el número protector babilónico

«Aquí hay sabiduría: El que tiene entendimiento, cuente el número de la bestia, pues es número de un hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis»

                                                        Apocalipsis 13:18

El 666, aunque se difunda lo contrario es un número utilizado en la antigüedad de forma positiva y de gran potencial esotérico. Fue en la Edad Media cuando se le relacionó con las fuerzas de la oscuridad y la iglesia incluso lo reinventó bajo el número de la bestia o anticristo.

¿El 666 es el diablo, demonio o satán? 

Muchos nos habremos preguntado alguna vez ¿de dónde viene el número 666?. Casi todo el mundo conoce tal cifra porque sale referida en la Biblia, y desde ella, se ha propagado de forma común desde la religión judeocristiana, lo que pocos conocen es su procedencia y por qué se le refiere en el libro del Apocalipsis de un modo tan negativo.

El número como tal, tiene su origen de las prácticas religiosas de la ciudad de Babilonia en los tiempos del profeta Daniel. Los sacerdotes babilónios promovieron la adoración a dioses que estaban vinculados con el Sol, la Luna, los planetas y ciertas estrellas fijas relacionadas con la práctica de la astrología (llegaron a documentar el primer eclipse de Sol el 15 de junio de 763 a.C.- y el de Luna el 19 de marzo de 721 a.C). En su sistema de adoración contaban con 37 astros-dioses supremos y era el dios asociado con el Sol quien tenía supremacía sobre resto. Estos astrólogos primigenios dentro de su cosmogonía tenía claro que los números tenían poder sobre los astros-dioses, y en base a ello, fueron asignándoles números o numerándolos para de este modo, tener un medio de conexión sobre ellos. Tras asignar un número a cada dios, menos a uno (el Sol), fueron sumando el los de cada dios (del 1 al 36), este valor total es qel que se le dio al astro-dios supremo, el Sol. Toda esta operación dio como resultado que el Sol era el número 666.

1+2+3+4+5+6+7+8+9+10+11+12+13+14+15+16+17+18+19+20+

21+22+23+24+25+26+27+28+29+30+31+32+33+34+35+36=666

Estos sabios babilonios, bajo la temerosa idea de que sus dioses pudieran actuar negativamente contra ellos, e incluso barajando que pudieran ser atacados o destruírlos por sus dioses, como protección idearon “cuadros mágicos” consistentes en una matriz ordenada en un cuadro de 6×6 casillas y numerada de forma muy concisa con los números del 1 al 36.

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El objeto protector tenía la función de cumplir un propósito mágico, y por ello, pensaban firmemente que su uso aportaría una cierta inmunidad de ser atacados o destruídos por los dioses gracias a ese mismo poder, el de la magia.

Para potenciar su efectividad ordenaron los números de tal manera que al ser sumados en filas o columnas todos resultaban la cifra de 111. Es decir, la suma de todas las  columnas (6) y sus filas (también 6) daban un total de 666 (el Sol). Esta fórmula suponía para ellos estar al amparo e influjo del dios principal.

Como amuleto se realizada inscribiendo estos números en una pequeña tablilla de barro, que tras secarse, pintarse o decorarse se portaba en forma de colgante. La práctica de crear amuletos con matrices numéricas y con letras (palíndromo) perduró en el tiempo. Se han encontrado amuletos con iscripciones latinas y se sabe que los romanos practicaban esta método-creencia.

Esto es a grandes rasgos el origen del 666, el cual surgió del culto a los astros por medio de astrología babilónica, y que se focalizó en el astro rey: Sol

El número 666 y Babilonia en el Apocalipsis

En el año 539 a. C con la caída de Babilonia por medio del Imperio aqueménida (medos y persas) se sustituyó la religión existente e impusieron sus propios cultos y dioses, los sacerdotes y el sistema de adoración babilónio (de donde procede el 666) fue desterrado. De todo el culto Babilonio solo quedó la figura de Marduk, a quienes los persas frofesaban simpatía y mantuvieron temporalmente a sus sacerdotes para posteriormente reemplazarlos por otros de origen persa, amoldando la figura del dios para sí.  Los sacerdotes babilónios al ser unos, ilegitimados, y otros, reemplazados, dejaron Babilonia instalándose en la ciudad de Pérgamo. La antigua ciudad griega de Pérgamo era un gran centro artístico y literario y su biblioteca llegó a ser la más importante del mundo conocido, después de la de Alejandría.  Allí, los sacerdotes impartieron todos los conocimientos que aprendieron durante sus funciones en Babilonia, extendiéndo las creencias y sus prácticas de culto, como también, el uso de los amuletos con los números del 1 al 36.

Así fue hasta el año 133 d. C. cuando falleció el rey Átalo III quien legó por testamento su reino, al pueblo romano. Los sacerdotes babilónios viendo una oportunidad de difundir sus costumbres religiosas en Roma, pues los romanos eran conocidos por adoptar las prácticas de las culturas conquistadas o tomadas, se dispusieron a ello y Roma tomó sus doctrinas. De tal calado fueron sus consecuencias que la capital romana llegó a ser conocida como “La nueva Babilonia”. Cabe matizar, que muchas de las referencias en el Apocalipsis referentes a Babilonia son realmente refiriéndose a Roma.

Cuando la iglesia cristiana llegó a Roma, las prácticas y creencias de la religión babilónica fueron en parte fusionadas a ella y, sin saber en que momento concreto, Roma se convirtió totalmente al cristianismo. La religión babilónica fue amoldada a la cristiana, renombrando y adaptando sus dioses paganos y haciéndoles “santos” de la iglesia. De este modo al pueblo romano la conversión al cristianismo no le fue un gran cambio y, aunque no se tratase de una conversión genuina, seguían conservando sus propios cultos. Esta mezcla o simbiosis de culto pagano con culto cristiano es por lo que Babilonia es condenada en el Apocalipsis.

La práctica de sumar los números del 1 al 36 continuó, y el Apocalipsis la utilizó como un código para identificar a la bestia, que no era otra cosa que: la iglesia que se contaminó con las prácticas paganas.

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